Lo vemos en Hollywood: Leonardo DiCaprio, Emma Thompson, Natalie Portman, Brad Pitt… hacen uso de su fama y recursos para transmitir su conciencia medioambiental o sus hábitos de consumo. Pero no hace falta irse tan lejos ni volar tan alto. Instagram es un altavoz con un enorme poder de influencia donde millones de usuarios hacen uso de su autoridad para promover su estilo de vida y convicciones, también en torno a la sostenibilidad. No todo iba a ser postureo.
El término influencer está teñido por un aura de superficialidad. Y no es de extrañar. Desde que los blogs vivieran su era dorada allá por los primeros 2000 se han ido incorporando al ecosistema digital nuevas redes que han servido de catapulta a un sinfín de anónimos capaces de articular toda una carrera en torno, muchas veces, a su inquietud estética. Y nada más. Una opción como otra cualquiera. Pero, seamos honestos: sin entrar en juicios de valor ni en cuestiones subjetivas —porque en lo digital, como en la vida, hay de todo—, lo que prima en la red visual por excelencia, Instagram, es lo que construye, precisamente, imagen. De esta manera, muchos de los perfiles que miden sus followers en Ks —de miles, no de kilos— anuncian a bombo y platillo marcas de ropa low cost, archiconocidas firmas de cosmética, batidos adelgazantes, leggins que moldean los glúteos o clínicas de estética. Una maquinaria bien engrasada que lanza mensajes claros: hay ser guapos, hay que mantenerse jóvenes, hay que estar en forma y hay que molar.
Pero entre tanto continente hay también contenido. Contenido que busca impactar más allá de la pose, el filtro y el espejo del baño.
Con nombre y apellidos (o username)
Dicen que las nuevas generaciones, los llamados Z, además de haber nacido con un móvil en la mano, son más comprometidos. Sienten una mayor preocupación por cuestiones medioambientales y son más conscientes del impacto del ser humano sobre el planeta. Muchos practican acciones de voluntariado e incluso se cuelgan, sin pudor, la etiqueta de activistas. Pero no son solo los nativos digitales quienes utilizan Instagram como despertador de conciencias. También es tendencia entre los millennials, y estos arrastran a otras generaciones. Porque no olvidemos que, aunque el rango de edad más activo en Instagram es el de los jóvenes de entre 16 y 30 años, la edad media de los usuarios de la plataforma es 35.
Ahora bien, sean Zs, Ys o alpha-beta-gammas quienes emitan los mensajes, ¿de qué hablan estos perfiles? Los trending topics son muchos. Consumo responsable, medioambiente, alimentación sostenible, feminismo, educación, respeto animal… A menudo estas temáticas se combinan y complementan. También surgen colaboraciones entre perfiles afines en valores que amplifican sus mensajes e impulsan la visibilidad de las problemáticas sobre las que ponen el foco. Pero, sobre todo, definen y contagian sus estilos de vida. Porque de esto va Instagram: de estilos de vida. Por eso, los que entienden esta premisa y articulan su activismo en torno a ella triunfan.
De la forma al fondo: así es el influencer concienciado
El éxito en redes como Instagram pasa por hablar de problemáticas complejas desde el prisma del lifestyle. Y este, a poder ser, debe entrar por los ojos, estar bien iluminado y ser bonito. Adaptar la temática a los códigos visuales y verbales que imperan en la red es la clave para atesorar miles de followers. Y si no que se lo digan a Aditi Mayer (@aditimayer), fotoperiodista y consultora creativa hindú que activa el diálogo sobre moda sostenible, inclusividad, representación de minorías y justicia social. ¿Tiene profundidad su discurso? Sin duda. ¿Es sugerente? Necesariamente.
Con un look también cuidado y vinculados a la moda sostenible y el slow fashion encontramos perfiles como el de Emma Slade (@emsladedmondson), londinense experta en marketing y retail que anima a sus seguidoras a consumir ropa de segunda mano. O el de Candice M Tay (@candicemtay), altavoz de la moda sostenible, la filosofía minimal y el slow living. También el de Marina Testino (@marinatestino), creadora de contenido inspirador autodenominada artivist.
Sin entrar en juicios de valor ni cuestiones subjetivas —porque en lo digital, como en la vida, hay de todo—, lo que prima en la red visual por excelencia, Instagram, es lo que construye, precisamente, imagen.
Consumo responsable, medioambiente, alimentación sostenible, feminismo, educación, respeto animal… A menudo estas temáticas se combinan y complementan.
Pero no solo de moda vive Instagram. Lauren Singer (@trashisfortossers) comparte cada día con sus más de 385K seguidores tips para reducir la generación de desperdicios y favorecer el aprovechamiento. Por su parte, Luisa Neubauer (@luisaneubauer), alemana vinculada al movimiento climático impulsado por Greta Thunberg, utiliza su cuenta para concienciar sobre los efectos del cambio climático.
En España también hay influencers concienciados. Y muy notorios. Dafna Nudelman (@lalocadeltaper) es un buen ejemplo de cómo dejar huella en este canal sin tener 20 años. Sus temas estrella son el zero waste y el consumo responsable, y comparte inspiración y tips para favorecer un estilo de vida alternativo. El caso de Gerardo Del Villar (@gerardodelvillar) es bien distinto. Como fotógrafo subacuático, pone el foco en el mundo marino y utiliza sus preciosas imágenes para visibilizar retos medioambientales.
Bajando la media de edad nos encontramos con la catalana Carlota Bruna (@carlotabruna), en cuyo feed se entremezclan los selfies con las imágenes de animales en su hábitat, recetas bio, personajes históricos o crudos titulares que invitan a reflexionar. Sus más de 170K seguidores comulgan con un estilo de vida más consciente que no está reñido con lo estético.
Unidos por una buena causa
Más allá de perfiles personales, también encontramos colectivos encaminados a visibilizar causas. Es el caso de Everyday Climate Change (@everydayclimatechange), cuenta en la que participan seis fotógrafos internacionales que documentan la cara más cruda del cambio climático. Oceana (@oceana) es un grupo de fundaciones que en 2001 decidieron unir esfuerzos tras comprobar que en EE. UU. apenas se destinaba un 0,5% de los recursos a la protección y restauración de los océanos.
The Sustainable Collective (@sustainable.collective) es una plataforma global donde se comparten claves y tips para un estilo de vida slow; y Less & Conscious (@lessandconscious), iniciativa made in Spain, surge como un espacio en el que dar visibilidad a marcas e iniciativas que abogan también por la sostenibilidad en todas sus facetas. Un descubrimiento reciente ha sido YaEsHacerAlgo (@yaeshaceralgo), propuesta joven pero muy bien armada, no solo a nivel de discurso —todo se articula sobre una premisa cotidiana con la que es fácil empatizar— sino también a nivel de imagen: rupturista y muy cuidada. Un auténtico rara avis en el mejor sentido de la palabra.
Parece claro, entonces que ni todo el monte es orégano, ni todo Instagram, postureo. Son muchos los ejemplos que evidencian que se puede —y, si me apuras, se debe— aprovechar el tirón de los espacios sociales, donde la conversación surge de manera natural y los mensajes se expanden a golpe de Stories, para crear compromiso y acción. Porque no tiene sentido desoír la tendencia que nos dice a voz en grito que hoy pesan más las redes que los medios. Si el poder de influencia está ahí, entre una arroba y un hashtag, es momento de pensar qué aportamos al ecosistema como consumidores y como creadores. Y de actuar en consecuencia.